CINCO
El alumno espiritual de los sabios
Los sueños de los grandes soñadores jamás llegan a cumplirse, siempre son superados.
ALFRED LORD WHITEHEAD
Eran las ocho de la tarde y yo aún no había preparado mi alegato para el día siguiente. Estaba fascinado por la experiencia de aquel antiguo guerrero de la abogacía que había cambiado radicalmente de vida después de convivir y estudiar con aquellos sabios maravillosos del Himalaya.
¡Qué extraordinaria transformación! Me pregunté si los secretos aprendidos por Julián en aquel remoto rincón de la India podrían también elevar la calidad de mi vida y colmar mi propia sensación de estupor ante el mundo en que vivimos. Cuanto más escuchaba a Julián, más me daba cuenta de que mi alma se había ido oxidando. ¿Qué había sido de aquel increíble apasionamiento con que yo lo abordaba todo cuando era más joven? Entonces hasta la cosa más sencilla me llenaba de alegría. Tal vez había llegado la hora de reinventar mi destino.
Notando mi fascinación por su odisea y mi ansia de aprender el método de la vida esclarecida que los sabios le habían transmitido, Julián aceleró el ritmo de su relato. Me explicó que su deseo de saber, sumado a su inteligencia (pulida en muchos años de batallas en los tribunales), le había ganado el respeto de la comunidad de Sivana. Como muestra de su afecto hacia Julián, los monjes le habían hecho miembro honorario de su grupo y le trataban como parte integrante de la extensa
familia.
Ansioso de ampliar sus conocimientos sobre los mecanismos de la mente, el cuerpo y el alma, Julián pasó literalmente todos sus momentos de vigilia bajo la tutela del yogui Raman. El sabio se convirtió más en padre que en maestro, pese a que sólo le separaban unos años de Julián. No había duda de que aquel hombre había acumulado la sabiduría de muchas vidas y, aún mejor, estaba dispuesto a compartirla con Julián.
Las sesiones empezaban antes del alba. El yogui Raman se sentaba con su entusiasmado alumno y llenaba su mente de ideas sobre el significado de la vida y de técnicas poco conocidas para vivir con mayor vitalidad, creatividad y satisfacción. Le enseñaba viejos principios que, según decía, cualquiera podía utilizar para conservarse joven y ser más feliz. Julián aprendió también que las disciplinas gemelas del dominio personal y la autorresponsabilidad impedirían que volviera al caos de la
crisis que había caracterizado su vida en Occidente.
A medida que las semanas se convertían en meses, Julián acabó siendo consciente del gran tesoro que dormía dentro de su mente, a la espera de ser empleado para más elevados objetivos. A veces el maestro y su alumno se quedaban sentados viendo surgir el sol de la India sobre los verdes prados inferiores. A veces descansaban en callada meditación, saboreando el silencio. Otras paseaban entre los pinos hablando de temas filosóficos y disfrutando del placer de la compañía mutua.
Julián dijo que los primeros indicios de su expansión personal llegaron a las tres semanas de estar con los sabios. Empezó a fijarse en la belleza de las cosas más comunes. Tanto si era la maravilla de una noche estrellada como el hechizo de una telaraña después de la lluvia, Julián lo absorbía. Dijo también que su nueva vida y las nuevas costumbres empezaron a tener un efecto grande en su mundo interior. Al mes de estar aplicando los principios y técnicas de Sivana, Julián había empezado
a cultivar una profunda sensación de paz y serenidad interior que jamás había alcanzado en Occidente. Se volvió más alegre y espontáneo, más enérgico y creativo a medida que pasaban los días. La vitalidad física y la fortaleza espiritual fueron los siguientes cambios en su actitud. Su cuerpo antaño obeso se volvió recio y delgado, mientras que la enfermiza palidez que siempre le devolvía el espejo era sustituida por un rostro donde brillaba la salud. Se sentía realmente capaz
de cualquier cosa y de abrir el potencial infinito que existe dentro de cada uno de nosotros. Empezó a apreciar la vida y a ver la divinidad en todos sus aspectos. El viejo método de aquel grupo de místicos había empezado a obrar milagros.
Tras hacer una pausa como para expresar incredulidad ante su propia narración, Julián se puso filosófico:
Me he dado cuenta de algo muy importante, John. El mundo, y en eso incluyo mi mundo interior, es un lugar muy especial. También he visto que el éxito externo no significa nada a no ser que tengas éxito interno. Hay una enorme diferencia entre el beneficio y el bienestar.
Cuando yo era un importante abogado, solía mofarme de todas las personas que trabajaban para mejorar su vida interior y exterior. ¡Vive la vida!, solía pensar. Pero he aprendido que el autocontrol y el cuidado de la propia mente, cuerpo y alma son esenciales para encontrar el yo elevado de cada uno y para vivir la vida de nuestros sueños. ¿Cómo ocuparse de los demás si uno no se ocupa de sí mismo? ¿Cómo hacer el bien si ni siquiera te sientes bien? No puedo amar si no sé amarme a mí
mismo.
De pronto, Julián pareció intranquilo.
Nunca había abierto a nadie mi corazón como lo hago ahora. Te pido disculpas, John. Es que en esas montañas he experimentado tal catarsis, tal despertar espiritual a los poderes del universo, que veo que otros necesitan saber lo que yo he aprendido.
Viendo que se hacía tarde, me dijo que se marchaba y se despidió.
No puedes irte ahora, Julián –le dije–. Estoy en ascuas por saber todo lo que aprendiste en el Himalaya y el mensaje que prometiste traer a Occidente. No puedes dejarme intrigado, sabes que no lo soporto.
–Volveré, pierde cuidado. Ya me conoces, en cuanto empiezo a contar algo ya no puedo parar. Pero tú tienes cosas que hacer, y a mí me esperan ciertos asuntos privados.
–Bien, pero dime una cosa. ¿Me servirán los métodos que aprendiste
en Sivana?
–Cuando el alumno está listo, aparecen los maestros –respondió–. Tú, y muchas otras personas de nuestra sociedad, estáis preparados para conocer la sabiduría de la que me honro en ser portador. Todos nosotros deberíamos conocer la filosofía de los sabios. Todos podemos beneficiarnos de ella. Todos hemos de conocer esa perfección que es nuestro estado natural. Te prometo que compartiré ese saber contigo. Ten paciencia.
Nos veremos mañana por la noche, esta vez en tu casa. Entonces te diré lo que necesitas saber para mejorar tu vida. ¿Te parece bien?
–De acuerdo. Supongo que si he pasado sin ello todos estos años, espera veinticuatro horas más no me hará ningún daño –respondí.
Dicho esto, el gran abogado convertido en yogui desapareció, dejándome con la cabeza llena de preguntas sin respuesta y de pensamientos inconclusos.
Sentado a solas en mi despacho, comprendí lo pequeño que es en realidad nuestro mundo. Pensé en los amplísimos conocimientos que apenas empezaba a vislumbrar. Pensé en lo que sería recuperar mis ganas de vivir, y en la curiosidad que yo había sentido de joven. Quería sentirme más vivo y aportar energía desbordante a mi vida cotidiana. Tal vez yo también abandonaría mi profesión. ¿Estaría llamado a una vocación más elevada? Con estas cosas en la cabeza, apagué las luces,
cerré mi despacho y salí al pegajoso calor de otra noche de verano.
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