Charles
Domink Palaiagecu me llamó hace una hora. Le había dicho que no podía atenderle ya que estaba con un cliente, aunque eso era una mentira. Joder, desde hace días que lo único que quiero es dormir tranquilamente y recuperar energías luego del trabajo del día anterior; lo que menos quería ahora era la llamada de algún puñetero politiquillo o mafiosillo de mierda para encargarme un nuevo trabajo. Sin embargo, el infeliz me había llamado no para encargarme la muerte de alguien.
Me había dicho que tenía un regalo para mí.
Un regalo... Vaya, no sabía que el cabrón quisiera matarme sin justificación. Bueno, sea cual sea su razón, ni me va ni me viene. No mientras sea yo el primero en dispararle. Por supuesto, largarme de aquí de inmediato y esconderme en donde quisiera sin dar una pelea es algo impropio de mí, por no decir muy poco profesional. Así que, tomando mis hermosas Colt .45, salí del departamento y me dirigí hacia la planta baja.
Tal y como lo había anticipado, me esperaba ahí el viejo Igor, el chofer de Domink.
Como era costumbre, nos saludamos y abordamos el automóvil. Naturalmente Igor quiso hacerme plática; yo me limité a escucharle y a responderle con palabras cortas. Lo que me interesaba más era planear una ruta de escape luego de deshacerme de todos esos cabrones.
Al llegar a nuestro destino final, una lujosa residencia ubicada en la Rue Bonaparte, le pregunté al viejo si Domink tenía algo en contra mía. El anciano, ingenuo quizás, me dijo que todo lo contrario, que él me apreciaba como a un miembro más de la familia. Agradecido por su respuesta, bajé del automóvil y me dirigí hacia la entrada, en donde fue recibido por el propio Domink.
-¡Charles, amigo mío, me alegro de verte! -exclamó con una alegría bastante fingida mientras me abrazaba.
-Yo también, Domink - le repliqué con seriedad mientras entramos a la casa -. Y dime, ¿qué es ese regalo que tanto insistes en darme?
-¡Oh, ya lo verás, mi amigo!
Le sonreí mientras me invitaba a sentarme en el sofá. Dios, cómo quisiera meterle un balazo en la cara a ese infeliz. A él y a todos sus monigotes.
Domink le susurró algo en el oído a Erik, su hermano; éste, asintiendo, le dio la espalda y desapareció.
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Cristina
Lo primero que viene a mi mente cuando veo un reloj es el tiempo.
Las horas, los días, las semanas, los meses, los años... El recuerdo odioso de que a mi edad ya debería tener al menos una casa con marido e hijos, y un empleo, por muy mal pagado que fuere. Un recordatorio de las cosas que no quiero tener en mi vida.
En términos sociales, una mujer que no tiene empleo, familia y casa propia no es más que una suerte de sanguijuela... ¡Patrañas! ¡Estupideces! No todas las mujeres ni todos los hombres hemos nacido para esas cosas, al menos en lo que a mí respecta. Sí, quisiera tener un hogar, un hombre que me ame y un empleo que pague lo justo, pero en estos tiempos el matrimonio regresó a su función original como alianza económica y, hasta cierto punto, política. El amor en estos tiempos no existe; lo que raramente une para toda una vida a dos personas es la suerte y la confianza, si no es que el destino. Y ni hablar de los hijos, esos pequeños seres que te alegran y te exasperan; a estas alturas tener uno es una inversión a largo plazo, inversión que no todos son capaces de asumir.
En cuanto al empleo... Bueno, yo me autoempleo como transcriptora de audios. No es mi gran pasión, pero al menos me genera algo de ganancias. Sin embargo, a mucha gente eso le parece una pérdida de tiempo, ya que no es un salario fijo que te pudiera cubrir las necesidades de cada mes, especialmente si de repente tengo meses en los que no consigo nada. Por supuesto, lo que gano no me alcanza ni siquiera para pagar la hipoteca de ésta que otorga el gobierno a aquellos que "coticen" en tres años, una deuda muy grande teniendo en cuenta que vas a pagarla por treinta años.
No, no quiero endeudarme a lo grande con algo que es un riesgo de grandes proporciones. Con solo imaginarme qué sucedería si el día de mañana saco una casa y me quedo a la sazón sin empleo me genera una sensación nada grata... Pero eso ahora no me importa.
Mi prioridad actual es pensar en algo para escapar de esta habitación tenuemente iluminada una vez que me desbaraten las ataduras de mis manos y mis pies.
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