La furgoneta de carabineros se detuvo frente al jardín de Eva, era el 9 de septiembre de 1973, La mujer salió temblorosa y con las manos empapadas envueltas en el delantal de cocina. De pronto vio como bajaba a una mujer delgada, de rizos negros que cubrían la cara, una cara blanca y unos labios carnosos. Los pechos tenían pequeñas formas y los pantalones dejaban ver sus caderas. Era una mujer, no la niña que se había ido al liceo un mes atrás. Con la mirada firme miró hacia la puerta donde estaba de pié Azucena, con su delantal de colegio y una sonrisa, caminó para alcanzar esa visión, la de su hermana, sonriendo, esperándola.
- Aquí está señora- dijo el carabinero.- Que no se le escape otra vez la fuimos a pillar por Concepción, la cosa no anda na muy bien para que una joven...
Eva miró pasar por su lado a Lucía : ¿Tu estás tonta? ¿Cómo se te ocurre? Te he hecho buscar hasta por los pacos... Pero la nueva mujer pasó por su lado sin mirar y Eva la siguió intentando reconocerla, de pronto se volvió para mirar al policía que aun estaba de pie.- Gracias-. Dijo. Y entró sin mirarlo.
Lucía estuvo en su cuarto toda ese día, no salió ni a comer, solo miraba por la ventana en dirección al sur, a ese lejano sitio donde quedó su primer beso, de nada sirvieron los chillidos de Eva, ni las suplicas de Azucena. Por la noche Eva entró a la habitación y la cogió del brazo dispuesta a arrastrarla, pero no pudo, Lucía se levantó desafiante, ya era más alta que su madre y una mirada firme, esa mirada de quien ya siente el control en su vida y en su cuerpo. Eva se retiró sabiendo su derrota, el tiempo se le había agotado, la niña era una mujer orgullosa y el miedo no logra amedrentarla, algo que no mucho tiempo después Eva descubriría fue su gran herencia.
Pero al día siguiente se rompió el mundo, los militares bombardearon el Palacio de la Moneda y moría el famoso Allende. Los demócrata Cristianos celebraban, pero no Eva, la voz de un hombre despidiéndose de “sus hijos queridos” logró lo que ningún discurso pudo en años; Eva sintió compasión por los que seguían ese sueño y miró a Lucía en el umbral de la puerta de la cocina, se acercó a ella y la abrazó. Abrazó a esa mujer y pudo reconocer su aroma y su piel, esos pelos desordenados y reconoció la ternura de su hija.
Lucía estaba quieta, sorprendida...hacia mucho tiempo que su madre no la abrazaba, sin embargo el calor de esa mujer logró encogerla, hacerla niña y recorrer esa piel un poco más envejecida que lo que ella recordaba y un mundo de sensaciones subieron a su mente, y la sangre se confundió con el miedo y con el tren, y con las lengas de concepción y Luis, ese beso perdido y su padre, ese padre que no está...y las lagrimas siguieron a ese abrazo y ambas se rindieron a esa unión. Cuando Azucena las encontró estaban en el suelo, Lucía escondía la cara en el pecho de Eva y la madre acariciaba el pelo de la, otra vez, niña. Azucena respiró hondo, no dijo nada, solo se arrodilló junto a ambas y se unió a las caricias tiernas a su hermana. Pronto comieron y no hablaron de ese reencuentro, pero fue reconciliarse de tantas penas que no fue necesario, así pasó para ellas el 11 de septiembre de 1973. Mientras el país se dividía, ellas volvían a sentirse parte de una familia, con un abrigo fuerte, como Eva y Eva trajo un nuevo compañero, una pareja para ella un hombre que la protegiera, Pedro.
Sabía que vendría, ya no me importaba la Eva, ni los militares, ni la revolución. Me pasaba horas mirando por la ventana esperando, sabía que no estaba muerto a pesar de los llamados constantes por la radio a los rebeldes y los constantes bandos militares y esa mirada compasiva de mi madre con su novio... no, Luis no estaba muerto, no moriría sin despedirse, no moriría sin aclarar sus sentimientos. Luis no, Luis no. Bombas a diario, las furgonetas paseando por los barreales que eran las calles, vimos como se llevaban a aquel vecino que felicitó a Eva, aquel, que provocó aquella paliza. Se lo llevaban con la cabeza tapada, no estoy segura si para que no se le reconociera o para humillarlo. El mundo se caía a pedazos y el terror se me acercaba poco a poco, pero yo solo pensaba en Luis, mi Luis y la pena tan grande que sentiría al ver tanto sueño roto por las botas de militares.
Como siempre conté con el silencio de Azucena, ese silencio tan presente en cada etapa de mi vida, abrí la ventana que daba al patio y sentí su mirada desde la cama, ahora dormíamos en la habitación del fondo, no dijo nada sólo se dio la vuelta haciéndose la dormida. Vi como una sombra bajaba por la muralla del patio, sabía que era él. Luis estaba delgado y sucio, pero hermoso. Mis manos llegaron a su espalda antes que mi mente, creo que dijo algo pero no alcancé a oírlo, lo acallé con mis labios. Me alejó de si bruscamente . Una bengala iluminó el cielo y pude ver sus ojos verdes, más tristes que nunca, me arrodillé junto a la higuera, me quité el camisón, agaché la cabeza, esperando, como una fiel devota que espera respuesta a una oración.
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1 PARTE: @dcaroa/reflejo-de-mis-sombras-1a-parte
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