(Una Fabula Espiritual) El Monje que vendió su Ferrari #9 parte2 El viejo arte del autoliderazgo

NUEVE - parte 2

El viejo arte del autoliderazgo

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La gente buena se consolida sin cesar.
CONFUCIO

–Estoy de acuerdo –dijo Julián con todo el afecto y la paciencia de un
sabio y cariñoso abuelo–. Yo también quisiera restituir su carácter ético
a nuestra sociedad. Ese librito no es sobre ganar dinero sino sobre ganar
vida. Seré el primero en decirte que no es igual ser rico que ser feliz.
Yo he conocido la opulencia y sé de lo que hablo. Piensa y hazte rico
trata de la abundancia, también la espiritual, y de cómo atraer hacia
uno las cosas buenas. Quizá te convendría leerlo. Pero no quiero insistir.
–Perdona, Julián, no quería parecer un abogado agresivo –dije a modo
de disculpa–. Supongo que a veces me dejo dominar por el mal genio.
Otra cosa que necesito mejorar. Te agradezco mucho todo lo que me
estás diciendo.
–Tranquilo. Lo que me interesa es que leas y no dejes de leer. ¿Quieres
saber otra cosa interesante?
–¿Qué?
–No es lo que tú sacas de los libros lo que enriquece tanto; lo que al
final cambiará tu vida es lo que los libros consigan sacar de ti. Mira,
John, los libros en realidad no te enseñan nada nuevo. Los libros te
ayudan a ver lo que ya está dentro de ti. El esclarecimiento consiste en
eso. Después de mucho viajar y explorar, descubrí que he vuelto al
punto donde empecé siendo un niño. Pero ahora me conozco a mí mismo,
sé todo lo que soy o puedo ser.
–Entonces ¿el Ritual del Saber Abundante consiste en leer y en explorar
la riqueza de información que está ahí?
–En parte. De momento lee media hora diaria. El resto vendrá por sí
solo –dijo Julián con tono misterioso.
–Muy bien. ¿Cuál es el quinto ritual?
–Es el de la Reflexión Personal. Los sabios creían firmemente en el poder
de la contemplación. Dedicando un tiempo a conocerte a ti mismo,
conectarás con una dimensión de tu ser que desconocías.
–Suena muy profundo...
–Pues es de lo más práctico. Todos tenemos talentos dormidos en
nuestro interior. Dedicando un tiempo a conocerlos, lo que hacemos es
avivarlos. Sin embargo, la contemplación interior va todavía más allá.
Con esta práctica serás más fuerte, más sabio y estarás en paz contigo
mismo. Es muy gratificante.
–Todavía no veo clara la idea, Julián.
–Es lógico. También a mí me resultó rara la primera vez. Pero reducida
a su versión más básica, la reflexión personal no es otra cosa que el
hábito de pensar.
–¿Es que no pensamos todos? ¿No forma parte del ser humano?
–La mayoría de nosotros piensa, sí. El problema es que la gente piensa
lo justo para sobrevivir. Con este ritual estoy hablando de pensar para
prosperar. Cuando leas la biografía de Franklin verás a lo que me refiero.
Cada tarde, tras un día de productivo trabajo, Franklin se retiraba a
un rincón silencioso de su casa y reflexionaba sobre la jornada. Repasaba
todos sus actos, si habían sido positivos y constructivos o, por el
contrario, negativos. Sabiendo lo que hacía mal, podía tomar medidas
para mejorar y avanzar por el camino del autodominio. Es lo mismo que
hacían los sabios. Cada noche se retiraban al santuario de sus respectivas
chozas y se sentaban a meditar. El yogui Raman llevaba incluso un
inventario de sus actividades cotidianas.
–¿Qué clase de cosas escribía? –pregunté.
–Primero hacía una lista de todas sus actividades, desde el cuidado
personal a su relación con los otros sabios y a sus incursiones al bosque
en busca de leña y comida fresca. También anotaba los pensamientos que
había tenido durante ese día en concreto.
–Pero eso es muy difícil. Yo casi no recuerdo lo que pensé hace cinco
minutos, imagínate hace doce horas.
–La cosa cambia si practicas este ritual diariamente. Verás, todo el
mundo puede conseguir los mismos resultados que yo. Cualquiera. El
problema es que hay mucha gente que sufre de esa terrible enfermedad
llamada excusítís.
–Creo que la tuve cuando era pequeño –dije, sabiendo perfectamente
lo que mi sabio amigo estaba diciendo.
–¡No pongas más excusas y hazlo! –exclamó Julián con convicción.
–¿Hacer qué?
–Sentarte a pensar. Tomar el hábito de la introspección personal.
Cuando terminaba la lista de lo que había hecho y pensado, el yogui
Raman hacía una valoración completa en una columna aparte. Viendo
por escrito sus actividades y pensamientos, se preguntaba si eran de
naturaleza positiva. En ese caso, decidía seguir dedicando su energía a
ellos, pues a la larga le reportarían grandes beneficios.
–¿Y si eran negativos?
–Entonces tomaba medidas claras para deshacerse de ellos.
–Un ejemplo no me vendría mal.
–¿Puede ser personal? –preguntó Julián.
–Claro, me encantará conocer alguno de tus más íntimos pensamientos
–dije.
–En realidad estaba pensando en los tuyos.
Los dos nos echamos a reír como chiquillos.
–Está bien. Siempre te has salido con la tuya.
–Bueno. Repasemos algunas de las cosas que has hecho hoy. Anótalas
en ese papel que hay sobre la mesita –pidió Julián.
Empecé a comprender que algo importante estaba a punto de ocurrir.
Era la primera vez en años que me tomaba un poco de tiempo para reflexionar
sobre las cosas que hacía y que pensaba. ¿Por qué no? A fin
de cuentas, ¿cómo iba a perfeccionarme si aún no me había tomado la
molestia de averiguar qué tenía que perfeccionar?
–¿Por dónde empiezo? –pregunté.
–Por lo que hiciste esta mañana y ve siguiendo. Anota lo más destacado,
todavía tenemos mucho que hacer y quisiera volver a la fábula del
yogui Raman dentro de un rato.
–Bien. Mi gallo electrónico me despertó a las seis y media –bromeé.
–Ponte serio y continúa –replicó Julián.
–De acuerdo. Me duché y afeité, agarré una galleta y me fui corriendo
al trabajo.
–¿Qué hay de tu familia?
–Todos dormían. En fin, en cuanto llegué a la oficina, vi que mi cita de
las siete y media llevaba allí esperando desde las siete, y ¡estaba furioso!
–¿Cuál fue tu reacción?
–Rebelarme, ¿qué iba a hacer, si no, dejar que me pisoteara?
–Mmm. Bueno. ¿Qué pasó después?
–La cosa fue de mal en peor. Llamaron de los juzgados para decir que
el juez Wildabest quería verme en su despacho y que si no estaba allí
antes de diez minutos «rodarían cabezas». Te acuerdas de Wildabest,
¿verdad? El que te declaró en rebeldía cuando estacionaste tu Ferrari en
su plaza de aparcamiento. –Me reí a carcajadas.
–Tenías que sacar a relucir eso, ¿verdad? –replicó Julián, revelando en
su mirada un resto de aquel malicioso centelleo por el que una vez se
había hecho famoso.
–Bien, corrí hasta la audiencia y tuve una discusión con uno de los secretarios.
Cuando regresé a la oficina, me esperaban veintisiete mensajes
telefónicos, todos con la etiqueta «urgente». ¿Sigo?
–Adelante.
–Ya de regreso, Jenny me llamó al coche y me pidió que parase en casa
de su madre para recoger una de esas tartas que han hecho célebre
a mi suegra. El problema fue que cuando tomé la salida para ir allí, me
vi metido en uno de los atascos más impresionantes del siglo. Total,
que allí estaba yo, en plena hora punta, con un calor de mil demonios,
rabiando de estrés y sintiendo que se me escapaba el tiempo.
–¿Cómo reaccionaste?
–Maldije el tráfico –dije con sinceridad–. De hecho me puse a gritar
dentro del coche. ¿Quieres saber qué dije?
–No creo que esas cosas puedan nutrir el jardín de mi mente –
respondió Julián con una sonrisa.
–Como fertilizante tal vez servirían.
–No, gracias. Podemos detenernos aquí. Reflexiona un momento. Evidentemente,
visto a posteriori, hay algunas cosas que habrías hecho de
otra manera si hubieras tenido ocasión.
–Evidentemente.
–¿Como cuáles?
–Mmm. Bien, primero, en un mundo perfecto yo me levantaría más
temprano. No creo que me esté haciendo ningún favor ir siempre a toda
velocidad. Me gustaría tener un poco de paz por la mañana, para ir
acomodándome al día poco a poco. Esa técnica del Corazón de la Rosa
podría funcionar bien aquí. También me gustaría poder desayunar con el resto
de la familia, aunque sólo fuera para compartir unos cereales.
Me daría más sensación de equilibrio. Siempre tengo la impresión de
que no paso tiempo suficiente con Jenny y los chicos.
–El mundo es perfecto, y tu vida también lo es. Tú tienes el poder de
controlar tu jornada. Tú tienes el poder de pensar cosas buenas y positivas,
el poder de vivir tus sueños –observó Julián, subiendo el tono de
voz.
–Ahora empiezo a sentir que puedo cambiar.
–Estupendo. Sigue reflexionando sobre lo que hiciste hoy.
–Bien, ojalá no le hubiera gritado a mi cliente. Ojalá no hubiera discutido
con el secretario y ojalá no le hubiera gritado al tráfico.
–Al tráfico no le importa, ¿verdad?
–Sigue siendo tráfico y nada más –dije.
–Creo que has comprendido el poder de la Reflexión Personal. Analizando
lo que haces y en qué inviertes tu tiempo, estás estableciendo un
baremo para medir tu perfeccionamiento. El único modo de mejorar
mañana es saber qué has hecho mal hoy.
–¿Y meditar un plan definido para que eso no vuelva a pasar? –añadí.
–Ni más ni menos. Cometer errores no es nada malo. Forman parte de
la vida y son esenciales para el crecimiento personal. Como en el dicho
«la felicidad es fruto del buen criterio, el buen criterio es fruto de la experiencia,
y la experiencia es fruto del mal criterio». Lo que sí es malo
es cometer una y otra vez los mismos errores. Eso demuestra una falta
de conciencia de sí mismo, la cualidad que precisamente distingue a los
humanos de los animales. Sólo el ser humano es capaz de distanciarse
de sí mismo y analizar lo bueno y lo malo de sus actos. Los perros no
pueden. Los pájaros tampoco. Ni siquiera los monos. Pero tú sí puedes.
En eso consiste precisamente el Ritual de la Reflexión Personal. Averigua
lo que está bien y lo que está mal en tu vida. Y luego trata de
hacer mejoras.
–Son muchas cosas en que pensar, Julián –dije.
–El sexto ritual se llama Ritual del Despertar Anticipado.
–Aja. Creo que ya sé lo que viene ahora.
–Uno de los mejores consejos que recibí en aquel remoto paraíso de
Sivana fue levantarme con el sol y empezar bien el día. En general
dormimos más de lo necesario. Por término medio, una persona puede
pasar con seis horas de sueño y estar perfectamente sana. En realidad,
dormir no es más que un hábito y, como cualquier otro hábito, tú puedes
entrenarte para conseguir el resultado que buscas: en este caso,
dormir menos.
–Es que si me levanto antes, me siento cansadísimo –dije.
–Los primeros días estarás muy cansado, no lo voy a negar. Puede que
incluso te sientas así toda una semana. Mira, tómalo como una pequeña
dosis de molestia a cambio de un beneficio a largo plazo. Siempre sentirás
cierta incomodidad cuando intentes establecer un nuevo hábito. Es
como estrenar unos zapatos nuevos: al principio cuesta llevarlos, pero
pronto te sientes cómodo con ellos. Como te he dicho antes, el dolor
suele preceder a todo desarrollo personal. No lo temas, al contrario.
–Está bien, me gusta la idea de procurar despertarme antes. Pero
¿qué significa ese «antes»?
–Otra buena pregunta. No existe un momento ideal. Como todo lo que
te he dicho hasta ahora, haz lo que creas correcto. Y recuerda la advertencia
del yogui Raman: «Huir de los extremos, moderación ante todo.»
–Levantarse con el sol me parece exagerado.
–Pues no lo es. Pocas cosas hay más naturales que levantarse cuando
despunta el día. Los sabios creían que el sol era un regalo del cielo y, si
bien procuraban no exponerse demasiado, tomaban regularmente el sol
e incluso podías verlos a menudo bailando alegremente en la primera
luz de la mañana. Yo creo que ésta es otra de las claves de su longevidad.
–¿Tú tomas el sol? –pregunté.
–Por supuesto. El sol me rejuvenece. Cuando estoy cansado, el sol me
pone de buen humor. En la antigua cultura oriental, se creía que el sol
estaba relacionado con el alma. La gente lo adoraba pues hacía que
crecieran sus cultivos. Los rayos del sol liberan tu vitalidad y renuevan
tu dinamismo emocional y físico. Es un remedio buenísimo, siempre que
lo tomes con moderación. Vaya, me estoy apartando del tema. La clave
está en despertarse temprano cada día.
–Mmm. ¿Y cómo introduzco este hábito en mi rutina diaria?
–Te daré un par de consejos. En primer lugar, no olvides que lo que
cuenta es la calidad del sueño, no la cantidad. Es mejor dormir seis
horas seguidas profundamente, que diez horas dando vueltas en la cama.
Se trata de proporcionar a tu cuerpo el descanso necesario para
que sus procesos naturales puedan restaurar tu dimensión física a su
estado natural de salud, un estado que sufre las consecuencias del
estrés diario. Muchos de los hábitos de los sabios se basan en el principio
de que lo importante es descansar bien, no dormir mucho. Por
ejemplo, el yogui Raman nunca comía después de las ocho de la tarde.
Decía que la subsiguiente actividad digestiva podía reducir la calidad de
su sueño. Otro ejemplo era el hábito de meditar al son de sus arpas
inmediatamente antes de irse a acostar.
–¿Qué sentido tenía hacerlo?
–Deja que te haga una pregunta. ¿Qué haces tú antes de irte a dormir?
–Veo las noticias con Jenny como la mayoría de la gente que conozco.
–Me lo imaginaba –dijo Julián con un misterioso destello en sus ojos.
–No lo entiendo. ¿Qué hay de malo en ponerse un poco al día antes de
acostarse?
–Los diez minutos previos a acostarse y los diez minutos siguientes al
despertar influyen mucho en tu subconsciente. En esos momentos tu
mente debería estar programada con pensamientos serenos e inspiradores.
–Hablas como si la mente fuese un ordenador.
–Pues no vas desencaminado; lo que introduces es lo que obtienes
después. Lo más importante es que el programador eres tú y nadie
más. Determinando los pensamientos que entran en tu mente estás determinando
lo que saldrá. Antes de ir a acostarte, no mires las noticias
ni discutas con nadie ni repases mentalmente los acontecimientos del
día. Relájate. Toma una infusión, si quieres. Escucha algo de música
clásica suave y disponte a dejarte llevar por un sueño reparador.
–Entiendo. Cuanto mejor duerma, menos horas de sueño necesitaré.
–Exacto. Y no olvides la Regla del Veintiuno: si haces algo durante
veintiún días seguidos, se convertirá en un hábito. Así pues, aguanta
tres semanas levantándote temprano antes de rendirte porque resulta
demasiado incómodo. Para entonces ya será una cosa habitual. Dentro
de poco tiempo podrás levantarte tranquilamente a las cinco y media o
incluso a las cinco, dispuesto a saborear el esplendor de un día glorioso.
–De acuerdo, pongamos que me levanto cada día a las cinco y media.
¿Qué hago entonces?
–Tus preguntas demuestran que piensas, amigo mío. Te lo agradezco.
Una vez en pie, hay muchas cosas que puedes hacer. El principio fundamental
que debes tener presente es la importancia de empezar el día
bien. Como te sugería, lo que piensas y lo que haces en los diez primeros
minutos del día tiene un pronunciado efecto en el resto de la jornada.
–¿En serio?
–Desde luego. Piensa cosas positivas. Ofrece una oración de gracias
por todo lo que tienes. Trabaja tu lista de gratitudes. Escucha buena
música. Ve salir el sol o, si te apetece, ve a dar un corto paseo en un
entorno natural. Los sabios se echaban a reír sólo para sentir cómo fluían
cada mañana los «jugos de la felicidad».
–Julián, hago todo lo posible por asimilar tus enseñanzas, y creo que
estarás de acuerdo en que no lo hago mal para ser un novato. Pero eso suena
muy extraño, incluso para un grupo de monjes perdidos en el
Himalaya.
–Pero no lo es. Adivina cuántas veces se ríe por término medio un niño
de cuatro años.
–Vete tú a saber.
–Yo lo sé. Trescientas. Ahora adivina cuántas veces se ríe por término
medio un adulto en nuestra sociedad durante un día.
–¿Cincuenta?
–Más bien quince –dijo Julián, sonriendo satisfecho–. ¿Entiendes ahora?
Reír es una medicina para el alma. Aunque no tengas ganas, mírate
al espejo y ríe durante un par de minutos. Te sentirás de fábula, te lo
aseguro. William James dijo: «No reímos porque seamos felices. Somos
felices porque reímos.» Así que empieza el día con buen pie. Ríe, juega
y da gracias por todo lo que tienes. De este modo cada día estará lleno
de exquisitas recompensas.
–¿Qué hay que hacer para empezar con buen pie?
–En realidad, yo he desarrollado una rutina matinal bastante sofisticada
donde entra de todo, desde el Corazón de la Rosa a tomar un par de
vasos de zumo recién exprimido. Pero hay una estrategia en concreto
que me gustaría compartir contigo.
–Debe de ser importante.
–En efecto. Poco después de levantarte, ve a tu santuario de silencio.
Concéntrate. Luego hazte esta pregunta: ¿qué haría hoy si fuera mi
último día? La clave está en comprender el verdadero significado de la
pregunta. Haz una lista mental de las cosas que harías, la gente a la
que llamarías y los momentos que te gustaría saborear. Imagínate
haciendo estas cosas con gran energía. Visualiza cómo tratarías a tu
familia y a tus amigos. Piensa incluso cómo tratarías a un perfecto desconocido
si fuera tu último día en este planeta. Como he dicho antes, si
vives cada día como si fuera el último, tu vida adopta una calidad mágica.
Y esto me lleva al séptimo de los rituales de la Vida Radiante: el Ritual
de la Música.
–Creo que éste me va a gustar –dije.
–No me cabe duda. A los sabios les encantaba la música. Los estimulaba
igual que el sol. La música los hacía reír, bailar y cantar. Lo mismo
sirve en tu caso. Jamás olvides el poder de la música. Invierte un poco
de tiempo cada día, aunque sea sólo escuchar alguna pieza suave mientras
vas en coche al trabajo. Cuando te sientas decaído o cansado, pon
un poco de música. Es uno de los mejores motivadores que conozco.
–¡Aparte de ti! –exclamé–. Nada más escucharte ya me siento de maravilla.
Realmente has cambiado, Julián, y no sólo externamente. Tu
antiguo cinismo ha desaparecido. Lo mismo que tu negatividad y tu
agresividad. Das la impresión de estar realmente en paz contigo mismo.
Esta noche me has conmovido.
–¡Espera, todavía hay más! –exclamó Julián levantando un puño–. Sigamos.
–Adelante.
–Muy bien. El octavo ritual es el de la Palabra Hablada. Los sabios tenían
una serie de mantras que recitaban mañana, tarde y noche. Me decían
que esta práctica era muy efectiva para mantenerse concentrado,
fuerte y feliz.
–¿Qué es un mantra?
–Una serie de palabras unidas para crear un efecto positivo. En
sánscrito, man, significa «mente» y ira «liberar». Por lo tanto, mantra
es una frase pensada para liberar la mente. Y créeme, John, los mantras
logran su objetivo de una manera poderosa.
–¿Utilizas mantras en tu rutina diaria?
–Desde luego. Son mis fieles compañeros allá donde voy. Tanto si voy
en autobús como si camino hacia la biblioteca o contemplo el mundo
sentado en un parque, los mantras me sirven para afirmar todo lo bueno
que hay en mi mundo.
–Entonces son hablados.
–No forzosamente. Las afirmaciones escritas también son muy efectivas.
Pero he comprobado que repetir un mantra en voz alta tiene un
efecto maravilloso sobre mi espíritu. Cuando necesito sentirme motivado,
puedo repetir una frase dos o trescientas veces. Por ejemplo, para
mantener la sensación de auto-confianza que he venido cultivando, repito:
«Soy fuerte, capaz y tranquilo.» También utilizo mantras para
mantenerme joven y vital –admitió Julián.
–¿Un mantra para mantenerse joven?
–Las palabras afectan profundamente a la mente. Sean habladas o escritas,
su influjo es muy poderoso. Aunque lo que dices a los demás es
importante, lo es más lo que te dices a ti mismo.
–¿Una especie de monólogo?
–En cierto modo. Tú eres eso que piensas todo el día. Eres también lo
que te dices a ti mismo todo el día. Si dices que estás viejo y cansado,
este mantra se manifestará en tu realidad exterior. Si dices que eres
débil y careces de entusiasmo, así será tu mundo. Pero si dices que
eres sano, dinámico y pleno de vida, tu vida cambiará radicalmente.
Las palabras que te dices a ti mismo afectan a tu autoimagen y ésta determina
qué medidas tomas. Por ejemplo, si tu autoimagen es la de una
persona que carece de confianza para hacer algo valioso, sólo podrás hacer
cosas que se avengan a este rasgo. Por el contrario, si tu autoimagen
es la de un individuo radiante que no le teme a nada, tus actos,
una vez más, se corresponderán con esta característica. La autoimagen
es una especie de profecía que se cumple por sí sola.
–Explícate.
–Si crees que eres incapaz de hacer algo, pongamos encontrar ese socio
perfecto o vivir sin estrés, tus creencias afectarán tu autoimagen.
Del mismo modo, tu autoimagen te impedirá dar los pasos necesarios
para encontrar al socio perfecto o procurarte una vida de serenidad. De
hecho, saboteará cualquier esfuerzo que puedas hacer en ese sentido.
–¿Por qué funciona así?
–Muy sencillo. Tu autoimagen es una especie de gobernador, jamás te
dejará actuar de un modo que no concuerde con ella. Lo bonito es que
tú puedes cambiar tu autoimagen como puedes cambiar todo lo demás.
Los mantras son un método ideal para lograrlo.
–Y cuando cambio mi mundo interior, cambio también mi mundo exterior
–dije.
–Aprendes muy deprisa –repuso Julián, haciendo la señal del pulgar
levantado como en sus tiempos de estrella de la abogacía–. Eso nos lleva
al noveno ritual de la Vida Radiante. Se llama el Ritual del Carácter
Congruente. Viene a ser una derivación del concepto de autoimagen
que comentábamos antes. En pocas palabras, este ritual exige que tomes
medidas adicionales para fraguar tu carácter. Fortalecer tu personalidad
afecta a tu forma de verte y a tus actos. Esos actos, unidos,
forman tus hábitos, y tus hábitos son los que te conducen a tu destino.
El yogui Raman lo expresó mejor cuando dijo: «Siembras un pensamiento,
cosechas una acción. Cosechas una acción, siembras un hábito.
Siembras un hábito, cosechas un carácter. Siembras un carácter, cosechas
un destino.»
–¿Qué cosas debería hacer para fraguar mi carácter?
–Todo lo que cultive tus virtudes. Antes de que me preguntes qué
quiero decir con «virtudes», deja que te aclare el concepto. Los sabios
del Himalaya estaban convencidos de que una vida virtuosa era una vida
con sentido. En consecuencia, regían todos sus actos por una serie
de principios imperecederos.
–Creí que habías dicho que se regían por un propósito –objeté.
–Sí, y así es, pero la vocación de su vida incluía una manera de vivir
congruente con estos principios, los mismos que sus antepasados habían
atesorado a lo largo de miles de años.
–¿Cuáles son esos principios, Julián?
–Laboriosidad, compasión, humildad, paciencia, honestidad y coraje. Cuando
todos tus actos sean congruentes con estos principios, sentirás
una profunda sensación de armonía y paz interiores. Vivir así conducirá
inevitablemente a tu éxito espiritual. ¿Por qué? Porque estarás haciendo
lo correcto. Tus actos estarán en concordancia con las leyes de la naturaleza
y del universo. Es entonces cuando empiezas a beneficiarte de la
energía de esa otra dimensión, llámalo poder superior, si quieres. También
es entonces cuando tu vida se adentra en el reino de lo extraordinario
y empiezas a experimentar lo sagrado de tu existencia. Es el primer
paso para un esclarecimiento duradero.
–¿Tú has pasado por esa experiencia? –pregunté.
–Sí, y estoy seguro de que tú lo lograrás. Obra de manera congruente
con tu verdadera personalidad. Obra con integridad. Déjate guiar por tu
corazón. Lo demás vendrá por sí mismo. Nunca estás solo, John.
–¿Qué quieres decir?
–Te lo explicaré en otro momento. Por ahora, recuerda que debes
hacer pequeñas cosas cada día para fraguar tu carácter. Como dijo
Emerson: «El carácter es siempre superior al intelecto.» Tu carácter se
fragua cuando obras de un modo acorde con los principios que he mencionado
antes. Si no lo haces así, la verdadera felicidad se te escapará
de las manos.
–¿Y el último ritual?
–Es el importantísimo Ritual de la Simplicidad, el que exige que vivas
una vida sencilla. Como decía el yogui Raman, «no hay que vivir en el
meollo de las cosas nimias. Concéntrate en tus prioridades, en esas actividades
que tienen verdadero sentido. Tu vida será gratificante y excepcionalmente
apacible. Te doy mi palabra».
»Tenía razón. En cuanto empecé a separar el grano de la paja, la armonía
ocupó mi vida. Dejé de vivir al ritmo frenético a que ya me había
acostumbrado. Dejé de vivir en el ojo del huracán. Lo que hice fue aflojar
la marcha y dedicar un tiempo a aspirar la fragancia de las proverbiales
rosas.
–¿Qué hiciste para cultivar la simplicidad?
–Dejé de usar ropa cara, abandoné mi adicción a leer seis periódicos al
día, olvidé la necesidad de estar siempre disponible para todo el mundo,
me volví vegetariano y comí menos. En resumidas cuentas, reduje
mis necesidades. Mira, John, a menos que reduzcas tus necesidades
nunca te sentirás satisfecho. Serás como aquel empedernido jugador de
Las Vegas que siempre esperaba «sólo una vuelta más» de la ruleta con
la esperanza de que apareciera su número de la suerte. Siempre
querrás más. ¿Cómo vas a ser feliz así?
–Pero antes has dicho que la felicidad se consigue con la realización. Y ahora
me dices que reduzca mis necesidades y me contente con menos.
¿No es paradójico?
–Muy bien expuesto, John. Puede parecer una contradicción, pero no
lo es. La felicidad duradera viene, es cierto, de esforzarse en realizar
tus sueños. Tu mejor momento es cuando te mueves hacia adelante. La
clave está en no hipotecar tu felicidad en la búsqueda de ese elusivo Eldorado.
Por ejemplo, aunque yo era multimillonario, me decía que el
éxito para mí era tener trescientos millones de dólares en mi cuenta
bancaria: una receta para el desastre.
–¿Trescientos millones? –pregunté boquiabierto.
–Ni más ni menos. Por consiguiente, por más dinero que tuviera, nunca
estaba satisfecho. Nunca era feliz. En el fondo no era más que codicia.
No tengo problema en admitirlo ahora. Era un poco como la historia
del rey Midas.
–El hombre que amaba tanto el oro que llegó a rezar para que todo lo
que él tocase se convirtiera en ese metal. Su deseo le fue concedido.
Pero entonces el rey se dio cuenta de que no podía comer porque la
comida se había vuelto de oro, y así sucesivamente.
–Exacto. En la misma línea, a mí me movía tanto el dinero que no sabía
disfrutar de todo lo que tenía. Sabes, llegó un momento en que lo único
que podía ingerir era pan y agua –dijo Julián con aire pensativo.
–¿Lo dices en serio? Siempre creí que comías en los mejores restaurantes
y acompañado de famosos.
–Eso fue al principio. Poca gente lo sabe, pero mi ritmo de vida desequilibrado
me provocó una úlcera. Era incapaz de comer una salchicha
sin tener ganas de vomitar. ¡Figúrate! Con tanto dinero y sólo podía
comer pan y agua. Era patético. –Julián se contuvo–. Pero ya no vivo
en el pasado. Fue otra de las grandes lecciones de la vida. Como te he
dicho antes, el dolor es un magnífico maestro. Para superar el dolor,
tuve primero que experimentarlo. Sin él no estaría donde estoy ahora –
dijo estoicamente.
–¿Alguna idea sobre lo que debería hacer para integrar en mi vida el Ritual
de la Simplicidad? –pregunté.
–Puedes hacer muchas cosas. Incluso las más pequeñas son importantes.
–¿Por ejemplo?
–Deja de levantar el teléfono cada vez que suena, deja de malgastar el
tiempo leyendo propaganda de buzón, deja de comer fuera tres veces
por semana, renuncia a tu club de golf y pasa más tiempo con tus chicos,
prescinde del reloj un día a la semana, ve salir el sol de vez en
cuando, vende tu teléfono móvil y tira el busca a la basura. ¿Continúo?
–preguntó retóricamente.
–Entiendo. Pero ¿vender el móvil? –pregunté nervioso, como un bebé
ante la sugerencia de que le corten el cordón umbilical.
–Como te dije, mi misión es compartir contigo las enseñanzas que recibí
durante mi viaje. No es preciso que apliques todas y cada una de
las estrategias para que tu vida funcione. Prueba las técnicas y usa las
que te parezcan mejor.
–Ya. Nada de extremismos, moderación ante todo.
–Exacto.
–Debo reconocer que cuanto me dices parece estupendo. Pero ¿estás
seguro de que esas técnicas traerán consigo un cambio radical en sólo
treinta días?
–Puede que con menos. O puede que más –dijo Julián, con su clásica
mirada traviesa.
–Ya estamos otra vez. Explícate, oh, sabio.
–«Julián» es suficiente, aunque eso de «sabio» habría quedado muy
bien en mi antiguo membrete –bromeó–. Digo que serán menos de
treinta días porque el verdadero cambio es espontáneo.
–¿Espontáneo?
–Sí, es algo que pasa en un abrir y cerrar de ojos, desde el momento
en que decides en el fondo de tu alma que vas a elevar tu vida al más
alto nivel. A partir de ahí serás otra persona, estarás en la senda de tu
destino.
–¿Y por qué más de treinta días?
–Yo te aseguro que, practicando estas técnicas, verás mejoras claras
en el plazo de un mes a partir de ahora mismo. Tendrás más energía,
menos preocupaciones, más creatividad y menos estrés en todos los
aspectos de tu vida. No obstante, has de saber que los métodos de los
sabios no son cosa de coser y cantar. Se trata de tradiciones antiquísimas
pensadas para su aplicación cotidiana y para el resto de tu vida. Si
dejas de emplearlas, irás cayendo paulatinamente en tus viejos hábitos.
Cuando Julián terminó de explicar los diez rituales de la Vida Radiante,
hizo una pausa.
–Sé que quieres que siga, y eso voy a hacer. Estoy tan convencido de
lo que te digo, que no me importa tenerte despierto toda la noche.
Quizá sea el momento apropiado para ahondar un poco más.
–¿Qué quieres decir? Yo creo que todo lo que me has explicado es muy
profundo –dije.
–Los secretos que he compartido contigo te permitirán a ti y a cuantos
estén en contacto contigo crear la vida deseada. Lo que te he enseñado hasta
ahora ha sido muy práctico. Pero debes saber algo acerca de la
corriente espiritual que subyace a los principios que he bosquejado. Si
no entiendes de qué hablo, no te preocupes de momento. Tómalo como
es y ya lo irás asimilando más tarde.
–Cuando el alumno esté listo, aparecerá el maestro.
–Exactamente –dijo Julián sonriendo–. Siempre has aprendido deprisa.
–De acuerdo, oigamos la parte filosófica –dije, ajeno al hecho de que
eran casi las dos y media de la madrugada.
–Dentro de ti están el sol, la luna, el cielo y todas las maravillas del
universo. La inteligencia que creó esas maravillas es la misma fuerza
que te creó a ti. Todo cuanto te rodea procede de la misma fuente. Todos
somos uno.
–No sé si lo entiendo.
–Todos los seres que pueblan la tierra, todas las cosas que contiene,
tienen un alma. Todas las almas fluyen hacia una sola, que es el Alma
del Universo. Verás, John, cuando nutres tu mente y tu espíritu, en realidad
estás alimentando el Alma del Universo. Cuando te perfeccionas,
estás perfeccionando las vidas de quienes te rodean. Y cuando tienes el
coraje de avanzar con confianza en la dirección de tus sueños, empiezas
a beneficiarte del poder del universo. Como te dije antes, la vida da
lo que tú le pides. La vida siempre está escuchando.
–¿El autodominio y el kaizen me ayudarán a ayudar a otros?
–Algo así. En la medida en que enriquezcas tu mente, cuides tu cuerpo
y alimentes tu espíritu, acabarás comprendiéndolo.
–Julián. Sé que tienes buenas intenciones. Pero el autodominio es un
ideal bastante elevado para un hombre obeso como yo que ha pasado
más tiempo desarrollando una clientela que desarrollando su propia
persona. ¿Qué pasa si fracaso?
–El fracaso es no tener el coraje de intentarlo, ni más ni menos. Lo
único que se interpone entre la gente y sus sueños es el miedo al fracaso.
Sin embargo, el fracaso es esencial para triunfar. El fracaso nos pone
a prueba y nos permite crecer. Nos guía, además, por el camino del
esclarecimiento. Los maestros de Oriente dicen que cada flecha que da
en la diana es el resultado de cien flechas erradas. Sacar partido de la
pérdida es una ley fundamental de la naturaleza. No temas al fracaso.
El fracaso es tu amigo.
–¿Convertirse al fracaso? –pregunté, incrédulo.
–El universo favorece a los valientes. Cuando decidas elevar tu vida a
su más alto nivel, la fuerza de tu alma te guiará. El yogui Raman creía
que el destino de cada uno está escrito desde el momento de nacer. Es
un camino que conduce siempre a un lugar mágico lleno de valiosos tesoros. Cada individuo debe desarrollar el coraje necesario para avanzar
por ese camino. Él me contó una historia aleccionadora.
»Una vez, en la antigua India, había un gigante malo que poseía un
magnífico castillo con vistas al mar. Como el gigante había estado fuera
muchos años guerreando, los niños del pueblo cercano solían ir a jugar
al hermoso jardín del gigante. Un día, el gigante regresó y echó de su
jardín a todos los niños. "¡No quiero veros más por aquí!", bufó mientras
cerraba con estruendo la gran puerta de roble. Luego levantó un
enorme muro de mármol en torno al jardín para que no entraran los niños.
Llegó el invierno, con el frío que es habitual en las zonas septentrionales
del subcontinente indio, y el gigante ansiaba que volviera el
calor. La primavera iluminó el pueblo que había a los pies del castillo,
pero las frías garras del invierno no abandonaron su jardín. Un día, el
gigante percibió por fin las fragancias primaverales y notó que el sol entraba
radiante por sus ventanas. "¡Por fin la primavera!", exclamó, corriendo
al jardín. Pero no estaba preparado para lo que vio. Los niños
del pueblo habían conseguido escalar la pared del castillo y estaban jugando
en el jardín. Era debido a su presencia que el jardín se había
transformado en un lugar exuberante poblado de rosas, margaritas y
orquídeas. Todos los niños rieron de júbilo, excepto uno, que era mucho
más bajo que los demás. Lloraba con desconsuelo pues no tenía fuerza
suficiente para saltar el muro y jugar en el jardín. El gigante sintió
lástima y, por primera vez en su vida, se arrepintió de su maldad.
"Ayudaré a ese niño", dijo, corriendo hacia él. Cuando los otros lo vieron
venir, huyeron del jardín temiendo por sus vidas. Pero el más pequeño
se mantuvo firme. "Yo mataré al gigante. Defenderé nuestro lugar
de recreo", dijo. Cuando el gigante se acercó al niño, abrió sus brazos
y le dijo: "He venido a ayudarte a saltar el muro para que juegues
en el jardín. A partir de ahora será tuyo." El niño, convertido en héroe,
se sintió muy feliz y regaló al gigante el collar de oro que siempre llevaba
al cuello. "Es mi amuleto de la suerte. Quiero que lo lleves tú", dijo.
Desde aquel día, los niños jugaron con el gigante en el jardín del castillo.
Pero aquel valiente muchacho, que era el preferido del ogro, ya no
volvió. Con el tiempo, el gigante enfermó y se debilitó. Los niños seguían
jugando en el jardín pero él ya no tenía fuerzas para estar con ellos.
En aquellos días, el gigante no pensaba en nadie más que en aquel muchacho.
Un día de invierno especialmente crudo, el gigante miró por su
ventana y vio algo milagroso: aunque la mayor parte del jardín estaba
cubierta de nieve, en mitad del mismo había un estupendo rosal rebosante de flores espectaculares. Junto a las rosas estaba el niño en quien
el gigante había pensando tanto. El muchacho sonreía dulcemente. El
gigante corrió a abrazar al muchacho. "¿Dónde has estado todos estos
años, mi joven amigo? Te he echado muchísimo de menos." El muchacho
dio una respuesta meditada: "Hace mucho tiempo me ayudaste a entrar en el jardín mágico. Ahora he venido para que entres tú en el mío."
Más tarde, cuando los otros niños fueron a ver al gigante, lo hallaron
inerme en el suelo. Estaba cubierto de pies a cabeza por millares de bellas
rosas.
»Sé valiente, John, como aquel muchacho. Mantente firme y no pierdas
de vista tus sueños. Ellos te conducirán a tu destino. Síguelo, y él
te conducirá a las maravillas del universo. Y no pierdas de vista esas
maravillas, pues ellas te conducirán a un jardín muy especial lleno de
rosas.
Cuando miré a Julián para decirle que su historia me había conmovido
profundamente, vi algo que me sobresaltó: aquel acerado gladiador de
los tribunales que había pasado gran parte de su vida defendiendo a los
ricos y los famosos se había echado a llorar.

Aquí los capitulos anteriores:

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