(Una Fabula Espiritual) El Monje que vendió su Ferrari #11 La más preciada mercancía

ONCE

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La más preciada mercancía

Un tiempo bien organizado es la señal más clara de una mente bien
organizada.

SIR ISAAC PITMAN

–¿Sabes qué es lo gracioso de la vida? –me preguntó Julián.
–Dímelo tú.
–Que cuando la mayoría de la gente se da cuenta de lo que realmente
quiere y de cómo obtenerlo, suele ser demasiado tarde. Los jóvenes no
saben, los viejos no pueden.
–¿Es ése el sentido del cronógrafo de la fábula?
–Sí. El luchador de sumo japonés con el cable color de rosa que cubre
sus partes resbala en un cronógrafo de oro que alguien ha perdido en el
hermoso jardín –me recordó Julián.
–Lo recuerdo muy bien –sonreí.
A estas alturas, me había dado cuenta de que la fábula mística del yogui
Raman no era más que una serie de apuntes pensados para enseñar
a Julián los elementos de su filosofía de la vida esclarecida, al tiempo
que servían para ayudarle a recordar cada paso. Se lo dije.
–Ah, el sexto sentido del abogado –replicó él con una sonrisa–. Tienes
toda la razón. Los métodos de mis maestros me parecieron raros al
principio, y yo me esforcé por comprender el significado del cuento como
tú te preguntabas de qué estaba hablando cuando empecé a relatar
la fábula. Pero te diré, John, que los siete elementos de la historia, desde
el jardín y el luchador de sumo hasta las rosas amarillas y el camino
de diamantes, que ahora pasaré a explicarte, sirven de poderosos recordatorios
de lo que aprendí allá en Sivana. El jardín hace que me concentre
en pensamientos inspiradores, el faro me recuerda que el propósito de la vida
es una vida de propósito, el luchador de sumo me hace
centrar en un autodescubrimiento constante, y el cable rosa me remite
a las maravillas de la fuerza de voluntad. No pasa un día en que no
piense en la fábula y reflexione sobre los principios que me enseñó el
yogui Raman.
–¿Y qué representa exactamente el cronógrafo de oro?
–Es un símbolo de nuestra más importante mercancía: el tiempo.
–¿Y los pensamientos positivos, y el autodominio?
–Sin el tiempo no son nada. A los seis meses de mi llegada al delicioso
retiro de Sivana, uno de los sabios vino a mi cabaña de rosas mientras
yo estaba estudiando. Era una mujer llamada Divea, extraordinariamente
hermosa, con unos cabellos negrísimos que le caían hasta la cintura.
Con voz muy dulce y amable me dijo que ella era el miembro más
joven de la comunidad. Me dijo también que venía a verme siguiendo
instrucciones del yogui Raman, el cual le había explicado que yo era el
mejor alumno que había tenido nunca.
»"Tal vez sea el dolor que sufriste en tu vida anterior lo que te permite
abrazar nuestra sabiduría con el corazón tan abierto", dijo ella. "Por ser
la más joven de la comunidad, se me ha pedido que te traiga un regalo
de parte de todos nosotros. Te lo ofrecemos como muestra de respeto,
por haber viajado desde tan lejos para aprender nuestra sabiduría. En
ningún momento has ridiculizado nuestras tradiciones. Por consiguiente,
aunque nos dejarás dentro de unas semanas, te consideramos uno
de los nuestros. Ningún visitante ha recibido jamás lo que ahora voy a
darte."
–¿Cuál fue el regalo? –pregunté.
–Divea sacó un objeto de su bolsa de algodón y me lo dio. Envuelto en
una especie de papel muy aromático había algo que me sorprendió: un
pequeño reloj de arena hecho con vidrio soplado y un taquito de madera
de sándalo. Divea me dijo que cada uno de los sabios había recibido
uno de aquellos instrumentos en su niñez. «Aunque no tenemos posesiones
y nuestra vida es pura y simple, respetamos el tiempo y notamos
su transcurso. Estos pequeños relojes nos sirven como recordatorio
de nuestra mortalidad y de la importancia de vivir plenamente mientras
avanzamos en el camino de nuestros propósitos.»
–¿Así que esos monjes perdidos en las cumbres del Himalaya respetaban
el tiempo?
–Todos ellos comprendían perfectamente la importancia del tiempo.
Todos habían desarrollado lo que yo llamo una «conciencia del tiempo».
El tiempo se nos escurre de las manos como granitos de arena, y ya no
vuelve. Quienes usan el tiempo sabiamente desde una edad temprana tienen
la recompensa de una vida rica y productiva. Quienes jamás han
conocido el principio de que «dominar el tiempo es dominar la vida»
nunca llegarán a ser conscientes de su enorme potencial humano. El
tiempo todo lo iguala. Tanto el rico como el desposeído, tanto el que vive
en Texas como el que vive en Tokio, todos disponemos de los mismos
días de veinticuatro horas. Lo que distingue a quienes viven una
vida de excepción es el modo en que emplean el tiempo.
–Una vez oí decir a mi padre que la gente atareada es la única que
tiene tiempo de sobra. ¿Tú qué opinas?
–Estoy de acuerdo. La gente productiva y atareada es muy eficaz con
su tiempo; no le queda otro remedio si quiere sobrevivir. Ser bueno
administrando el tiempo no significa volverse adicto al trabajo. Al contrario,
dominar el tiempo te permite disponer de más tiempo para hacer
las cosas que para ti tienen más significado. El dominio del tiempo conduce
al dominio de la vida. Adminístralo bien. Y recuerda que es un recurso
no renovable.
»Déjame ponerte un ejemplo. Supón que es lunes por la mañana y
que tienes un montón de citas, reuniones y comparecencias. En vez de
levantarte a las 6.30, tomar un café a toda prisa y salir pitando hacia el
trabajo para pasarte el día con la lengua fuera, imagina que te tomas
quince minutos la noche antes para planear tu jornada. O, más efectivo
aún, supón que te tomas una hora de tu domingo para organizarte la
semana. En tu agenda has anotado cuándo debes reunirte con tus
clientes, cuándo te dedicarás a investigaciones legales y cuándo devolverás
llamadas telefónicas. Es más, tus objetivos personales, sociales y
espirituales para la semana también constan en tu agenda. Con este
acto tan sencillo das equilibrio a tu vida. Asegurando los aspectos más
vitales de tu vida en un programa diario, estás asegurando que la semana
de trabajo, y tu vida, conserve su paz y su significado.
–No estarás sugiriendo que me tome un descanso en plena actividad
para pasear por el parque o irme a meditar, ¿verdad?
–Naturalmente que sí. ¿Por qué te aferras tanto a las convenciones?
¿Por qué piensas que has de hacer lo que hacen los demás? Corre tu
propia carrera, John. ¿Por qué no empiezas a trabajar una hora antes y
así puedes ir a pasear a media mañana por ese hermoso parque que
hay cerca de tu oficina? ¿O por qué no haces unas horas extra a principios
de semana para terminar el viernes con tiempo de sobra para llevar
a tus hijos al zoo? ¿O por qué no empiezas a trabajar en tu casa un
par de días por semana y así ves más a tu familia? Sólo estoy diciendo
que planifiques el trabajo y administres tu tiempo de manera creativa.
Concéntrate en tus prioridades; las cosas más importantes de tu vida no
deberían ser sacrificadas a las menos importantes. Y recuerda que
quien fracasa en la planificación, planifica su fracaso. Anotando no sólo
tus citas de trabajo sino también tus compromisos contigo mismo de
leer, relajarte o escribir una carta de amor a tu esposa, serás mucho
más productivo con tu tiempo. No olvides que el tiempo que empleas
en enriquecer tus horas de asueto no es tiempo malgastado; eso hará
que seas mucho más eficiente cuando estés trabajando. Deja de vivir
en compartimientos estancos y entiende de una vez por todas que
cuanto haces forma un todo indivisible. Tu comportamiento en casa
afecta a tu comportamiento en el trabajo. Tu trato con la gente en la
oficina afecta al trato que das a tu familia y tus amigos.
–De acuerdo, Julián, pero es que yo no tengo tiempo de descansar en
mitad del día. De hecho, trabajo hasta la noche. Últimamente mi horario
me tiene colapsado. –Noté un vahído en el estómago al pensar en la
cantidad de trabajo que me esperaba.
–Estar ocupado no es excusa. La cuestión es: ¿qué es lo que te tiene
tan ocupado? Una de las grandes reglas que aprendí de aquel viejo sabio
es que el ochenta por ciento de los resultados que consigues en la
vida viene de sólo el veinte por ciento de las actividades que ocupan tu
tiempo. El yogui Raman lo llamaba «la vieja regla del Veinte».
–No te sigo.
–Bien. Volvamos a tu apretado lunes. De la mañana a la noche podrías
emplear el tiempo haciendo muchas cosas, desde hablar por teléfono
con clientes y redactar alegatos hasta leerle un cuento a tu hijo pequeño
o jugar al ajedrez con tu mujer. ¿De acuerdo?
–Sí.
–Pero de los cientos de actividades a los que dedicas tu tiempo, sólo
un veinte por ciento te dará resultados duraderos y reales. Sólo el veinte
por ciento de lo que hagas tendrá influencia sobre la calidad de tu vida.
Ésas son las actividades de «alto impacto». Por ejemplo, a diez
años vista, ¿crees que todo el tiempo que habrás pasado chismorreando
en un restaurante lleno de humo o viendo la televisión habrá servido
para algo?
–No, supongo que no.
–Bien. Entonces estarás de acuerdo también en que hay ciertas actividades
que sí interesan, y mucho.
–¿Quieres decir, por ejemplo, el tiempo invertido en mejorar mis conocimientos
legales, en enriquecer mis relaciones con los clientes y en ser
un abogado más eficiente?
–Sí, y el tiempo invertido en fomentar tu relación con Jenny y con los
chicos. Tiempo invertido en estar en contacto con la naturaleza y agradecer
todo lo que tienes la suerte de poseer. Tiempo invertido en renovar
tu mente, tu cuerpo y tu espíritu. Son sólo algunas de las actividades
de alto impacto que te permitirán diseñar la vida que mereces. Dirige
todo tu tiempo a las actividades que interesan. La gente esclarecida
se mueve por prioridades. Éste es el secreto del dominio del tiempo.
–Caray. ¿El yogui Raman te enseñó todo eso?
–Me he convertido en un estudiante de la vida. El yogui Raman fue sin
duda un maestro maravilloso y yo no le olvidaré jamás. Pero todas esas
lecciones que he aprendido en mis variadas experiencias se han unido
ahora como piezas de un gran rompecabezas para mostrarme el camino
hacia una vida mejor.
»Confío en que tú aprendas de mis primeros errores. Hay personas
que aprenden de los errores ajenos. Éstos son los sabios. Otros piensan
que las verdaderas enseñanzas vienen de la experiencia personal. Éstos
soportan dolor e inquietudes innecesarias durante toda su vida.
Como abogado, había asistido a muchos seminarios sobre la organización
del tiempo. Sin embargo, nunca había oído nada parecido a la filosofía
de Julián. Organizar el tiempo no era simplemente algo en lo que
uno pensaba en horas de trabajo y olvidaba después. Era más bien un
sistema holístico que podía hacer más equilibradas y satisfactorias todas
las facetas de mi vida, si lo aplicaba correctamente. Aprendí que
planificando mi jornada y tomando el tiempo necesario para asegurar
un uso equilibrado del mismo, no sólo iba a ser más productivo, sino
también más feliz.
–Vaya, conque la vida es como una larga tira de beicon –tercié yo–.
Para ser dueño de tu tiempo has de separar la grasa de la carne.
–Excelente. Estás en la onda. Y aunque mi faceta vegetariana me empuja
a lo contrario, te diré que me encanta la analogía porque da justo
en el clavo. Cuando empleas tu tiempo y tu preciosa energía en la carne,
no te queda tiempo para malgastar en la grasa. En ese punto tu vida
pasa del reino de lo ordinario a la exquisitez de lo extraordinario. Es
ahí donde empiezas realmente a ser dueño de tu destino y las puertas
del templo del esclarecimiento se abren de par en par.
»Eso me lleva a otra cuestión –prosiguió Julián–. No dejes que otros te
roben tiempo. Cuídate de los ladrones de tiempo. Son esas personas
que siempre te telefonean cuando acabas de acostar a tus hijos y te
has apoltronado en tu butaca para leer una novela. Son las personas
que tienen la costumbre de pasarse por tu oficina justo cuando acabas
de encontrar unos minutos en mitad de un día caótico para descansar y
pensar un poco. ¿Te suena todo esto?
–Como de costumbre, Julián, tienes toda la razón. Creo que siempre
he sido demasiado cortés para pedirles que se fueran o no abrirles la
puerta –dije.
–Con tu tiempo has de ser despiadado. Aprende a decir no. Tener el
valor de decir no a las pequeñas cosas de la vida te dará fuerza para
decir sí a las grandes cosas. Cierra tu despacho cuando necesites unas
horas para trabajar en ese caso tan importante. Recuerda lo que te dije.
No descuelgues el teléfono siempre que suene; el teléfono está ahí
para servirte a ti, no a los demás. Curiosamente, la gente te respetará
más cuando vea que eres una persona que valora su tiempo. Si ven que
para ti el tiempo es precioso, ellos también lo valorarán.
–¿Qué me dices de la dilación? Muchas veces dejo a un lado lo que no
me gusta hacer y me entretengo mirando propaganda de buzón u hojeando
revistas. ¿Eso es matar el tiempo?
–Lo de «matar el tiempo», me parece una buena metáfora. Cierto, es
humano hacer las cosas que nos gustan y eludir las que no nos gustan.
Pero como te dije, las personas más productivas del mundo han cultivado
el hábito de hacer las cosas que las personas menos productivas
no gustan de hacer, aunque puede que a aquéllas tampoco les guste
hacerlas.
Pensé profundamente sobre el principio que acababa de aprender. Tal
vez mi problema no fuera la dilación; quizá mi vida se había vuelto demasiado
complicada. Julián notó mi desvelo.
–El yogui Raman decía que quienes son dueños de su tiempo viven
una vida sencilla. La naturaleza no previó un ritmo de vida frenético.
Aunque él estaba convencido de que la felicidad duradera sólo era alcanzable
por aquellos que se marcaban objetivos personales bien definidos,
el vivir una vida llena de realización no tenía por qué implicar el
sacrificio de la tranquilidad de ánimo. Esto es lo que más me fascinó.
Me permitía ser productivo y al mismo tiempo realizar mis ansias espirituales.
Le abrí mi corazón a Julián:
–Siempre has sido honesto y sincero conmigo, así que yo lo seré también.
No quiero renunciar a mi trabajo ni a mi casa ni a mi coche para
ser más feliz y más dichoso. Me gustan mis juguetes y las cosas materiales
que poseo. Son las recompensas por lo mucho que he trabajado
todos estos años. Pero me siento vacío. Ya sabes en lo que soñaba
cuando estaba en la facultad. Yo podría hacer mucho más en la vida.
Estoy a punto de cumplir cuarenta años, y nunca he ido al cañón del
Colorado ni a ver la torre Eiffel. Jamás he andado por el desierto ni cruzado
un lago en canoa bajo un glorioso sol de verano. Ni una sola vez
me he quitado los zapatos y los calcetines para andar descalzo por un
parque, oyendo reír a los niños y ladrar a los perros. Ni siquiera recuerdo
la última vez que di un paseo, después de una nevada para disfrutar
de las sensaciones.
–Simplifica tu vida, entonces –me sugirió Julián–. Aplica el Ritual de la
Simplicidad a cada aspecto de tu mundo. Si lo haces, seguro que
tendrás más tiempo para paladear esas maravillas. Una de las cosas
más trágicas que pueden sucedemos es renunciar a vivir. Muchas personas
sueñan con un mágico jardin de rosas en lugar de disfrutar de las
rosas que crecen en su propio patio. Es trágico.
–¿Alguna sugerencia?
–Eso lo dejo a tu imaginación. He compartido contigo muchas de las
técnicas que aprendí de los sabios. Si tienes el coraje de aplicarlas, los
resultados serán milagrosos. Ah, y eso me recuerda otra cosa que hago
para que mi vida sea serena y sencilla.
–¿Cuál?
–Me encanta dormir una pequeña siesta por la tarde. Me mantiene vigoroso,
fresco y juvenil. Supongo que podrías decir que se trata de un
«sueño de belleza». –Julián rió.
–Bueno, la belleza nunca ha sido uno de tus fuertes.
–En cambio, uno de los tuyos es el sentido del humor, y te alabo por
ello. Recuerda el poder de la risa. Al igual que la música, es un maravilloso
tónico contra el estrés de la vida cotidiana. Yogui Raman lo expresó
mejor cuando dijo: «La risa abre tu corazón y apacigua tu alma.
Nadie debería tomarse la vida tan en serio como para olvidar reírse de
sí mismo.»
Julián tenía un último aspecto que puntualizar sobre el asunto del
tiempo.
–Esto es muy importante, John: deja de obrar como si te quedaran
quinientos años de vida. Cuando Divea me trajo aquel reloj de arena
me ofreció también un consejo que no olvidaré jamás.
–¿Qué fue?
–Que el mejor momento para plantar un árbol fue hace cuarenta años.
El segundo mejor momento es hoy. No malgastes ni un minuto de tu
vida. Fomenta una mentalidad de lecho de muerte.
–¿Cómo dices? –pregunté, impresionado por lo gráfico de la expresión–.
¿Qué es una mentalidad de lecho de muerte?
–Una manera nueva de ver tu vida, un paradigma, si lo prefieres, algo
que te recuerda que hoy puede ser el último día y que, por tanto, debes
aprovecharlo al máximo.
»En realidad es una filosofía sobre la vida. Cuando adoptas esa mentalidad
vives cada día como si fuera el último. Imagina que al despertar
te haces esta sencilla pregunta: ¿qué haría hoy si fuese el último día?
Luego piensa en cómo tratarías a tu familia, a tus colegas e incluso a
quienes no conoces de nada. Piensa en la excitación con que vivirías
cada momento al máximo. La cuestión del lecho de muerte puede por sí
sola cambiar tu vida. Aportará un entusiasmo y un ánimo especiales a
todo lo que hagas. Empezarás a centrarte en todas las cosas importantes
que has ido relegando y dejarás de despilfarrar el tiempo en las cosas
nimias que te han ido arrastrando al atolladero del caos y la crisis.
»Fuérzate a hacer más y a experimentar más –prosiguió Julián–. Utiliza
tu energía para ensanchar tus sueños. Sí, ensancha tus sueños,
John. No aceptes una idea mediocre cuando tienes un potencial infinito
dentro de la fortaleza de tu mente. Atrévete a apelar a tu grandeza. Es
tu derecho natural.
–Pides mucho.
–Pues hay más. Para romper el maleficio de la frustración que a tantas
personas acecha existe un remedio muy simple. Obra como si el fracaso
fuera imposible y tendrás el éxito asegurado. Borra todo pensamiento
de que no lograrás tus objetivos, sean materiales o espirituales. Sé valiente
y no pongas límites a tu imaginación. No seas un prisionero de tu
pasado. Conviértete en el arquitecto de tu futuro. Ya no serás el mismo.
Mientras la ciudad empezaba a despertar y la mañana brotaba en todo
su esplendor, mi amigo empezó a mostrar los primeros síntomas de
cansancio tras una noche entera compartiendo su saber con un alumno
impaciente. El vigor, la energía y el entusiasmo de Julián me tenían
pasmado.
–Nos acercamos al final de la fábula mágica del yogui Raman y al momento
en que debo marcharme –dijo con suavidad–. Tengo mucho que
hacer y muchas personas con las que hablar.
–¿Vas a decir a tus socios que has vuelto a casa? –pregunté.
–Seguramente no. Soy muy diferente del Julián Mantle que ellos conocían.
No pienso lo mismo, no llevo la misma ropa, no hago las mismas
cosas. Soy otra persona. No me reconocerían.
–Sí, realmente eres un hombre nuevo –concedí, riéndome por dentro
al imaginar a este monje ataviado con el hábito tradicional de Sivana
subiendo al despampanante Ferrari de su antigua existencia.
–Quizá sería más exacto decir un nuevo ser.
–No veo la diferencia –repuse.
–En la India se dice este aforismo: «No somos seres humanos con una
experiencia espiritual. Somos seres espirituales con una experiencia
humana.» Yo sé cuál es mi papel en el universo. Veo qué soy. Ya no estoy
en el mundo. Es el mundo el que está dentro de mí.
–Me temo que necesitaré un rato para meditar sobre eso –dije.
–Por supuesto, amigo mío. Llegará un momento en que comprenderás
claramente mis palabras. Si sigues los principios que te he revelado y
aplicas las técnicas, ten por seguro que avanzarás por el camino del esclarecimiento.
Acabarás dominando el arte de gobernarte a ti mismo.
Verás tu vida como lo que realmente es: una pequeña marca en el lienzo
de la eternidad. Y acabarás viendo claramente quién eres y cuál es el
propósito de tu vida.
–¿Que es...?
–Servir, por supuesto. Por más grande que sea tu casa o más moderno
tu coche, la única cosa que podrás llevarte al final de tu vida es tu
conciencia. Escúchala. Deja que ella te guíe. Tu conciencia sabe lo que
está bien. Ella te dirá que tu vocación es en definitiva servir a los demás
de una manera u otra. Esto es lo que me ha enseñado mi odisea
personal. Mi misión es divulgar las enseñanzas de los Sabios de Sivana
a todos quienes necesitan oírlas. Es el propósito de mi vida.
El fuego del saber había atizado el espíritu de Julián, esto era patente
incluso para alguien no esclarecido como yo. Era tan apasionado, tan
ferviente en lo que decía, que eso se reflejaba incluso en su aspecto
físico. Su transformación de fatigado abogado en vital y joven Adonis
no era producto de un mero cambio de dieta ni de una dosis diaria de
ejercicios gimnásticos. No, lo que Julián había encontrado en aquellas
majestuosas montañas era una panacea mucho más profunda. Había
dado con el secreto que las personas han estado buscando a lo largo de
los siglos. Era algo más que el secreto de la juventud o incluso de la felicidad.
Julián había descubierto el secreto del Yo.

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