Reflejos de mis Sombras 8ª Parte: El nacimiento de Quely

  Esa mañana desde mi ventana vi un papel en la higuera, pude distinguirlo perfectamente ya que  de tanto verla podía describir cada surco, esa anormalidad en una de sus ramas me hizo correr a ella, encontré una carta dirigida a “Quely”.  “Hermana mia, compañera, perdóneme por la ausencia. Pero créame que soy su sombra, sé cada vez que sale y entra a casa, por favor, no intente contactarme, no insista buscándome en la estación,  pueden dañarla”.  


  Estuvo a mi lado, esa era su letra,  una mezcla de emociones se me vinieron a la cabeza, primero, estaba vivo y bien y por otro, cómo es posible que no me haya despertado, cómo pudo dejar pasar la oportunidad de besarme. Y por qué “
Quely”, no entendía nada, o más bien muy poco...leí esa carta unas cuarenta veces hasta que hablé con mi hermana, ella la leyó, su rostro cambió en un minuto, se puso de pie y me miró fijo, firme...-Habla con la mamá.- sentenció. Yo no podía creer lo que estaba escuchando .- ¿Tai loca? ¿quieres que me mate?-.  Azucena agachó la cabeza e intentó explicarse: Mira Luci, te ha puesto un nombre falso, eso significa que teme por ti, Luci, esto no es un cuento de hadas, ni él es el príncipe que vendrá a salvarte y vencerá a los malos. Lucía, mírame, están buscando a todos los que apoyaron a Allende, los encierran y los matan o cosas peores ¿Me oyes?


Miré  a Azucena pasmada, ¿porqué me decía eso? y ¿cómo podía saberlo?...pero continuó-  La mamá está protegida por los de la falange, por los Demócrata Cristianos, cuéntale, antes de que pase algo-. Me fui de la habitación enojada, me sentí incomprendida, que mierda me importaban a mi esas cosas, yo sólo quería saber porqué Luis no me había besado, no la escuché , guardé esa carta escribí en mi diario, sí, este diario que hoy tienes en tus manos.  

Cualquier palabra, sonido, vibración me lleva a sus labios rozando mi piel. Su calor envolviéndome saltando cada una de mis resistencias. No quería, era algo prohibido...juro por Dios que si quería, su voz aun retumba en mis oídos y me sigue dominando, ven, me dijo, y yo le seguí, no, no fui yo, fue mi cuerpo impaciente por sentir su calor, mi cuerpo que gozó con cada suspiro , cada roce, el vértigo de su cuerpo sobre el mío. Su abrazo y la tristeza de saber que cada beso dado era un beso menos por dar, cada minuto estábamos más cerca y mas lejos. Luego la calma en sus brazos, el “te quiero”  que no dijo su voz , pero que lo gritaron sus ojos, sus manos, sus labios en mi espalda, su piel envolviéndome, los gemidos, las caricias en mi rostro.  Ahora el silencio, el silencio de la ausencia ¿De qué escapas? Ya no volveré a verte y solo me queda su olor en mis manos. Lo he esperado tanto, tantas veces he charlado con él en mis sueños, es que sus ojos no mentían, sus manos apretándome, los labios suplicantes, ¿donde estás?, ¿es que me engañaste?, ¿es que me engañé? Tengo ahora que odiarme a mi misma, tengo que sacarte de mi sombra, tengo que olvidarme de tu sabor, de tu risa, de tu tacto. Me odio por dejar que estés tan dentro, es que para sacarte tendré que mutilar un trozo de mi alma y sigo esperando, y sigues ausente en mi cuerpo, esta masa que es deforme si no está rodeando tu cuello. Esta piel que desprecio por no retenerte, como si no se explica tu inesperado silencio. Silencio, silencio...la calma para otros para mi desesperación, angustia, ten piedad mi Dios, tú, mi dios por esta mujer que no vive, a esta mujer que tu creaste con cada una de tus caricias. Me entregué, me entregué...me juró un reencuentro y ya no está .- No me olvides.- le supliqué.- No podría.- respondió con una sonrisa triste. Y mientras se marchaba otra vez por la muralla lo detuve .- júrame que no es una despedida.- Paró en seco, miró a lo lejos, una nueva bengala y luego volvió a mirarme, claro que no, se giró y trepó por la muralla.  Ahora con el tiempo veo como el tiempo desase los sueños, mi madre se amargaba más cada vez y yo, seguía mirando esa higuera.  



  Cuatro noches más tarde Lucía se acercó a la higuera, ahí estaba Luis, dejando una nota, pero ella lo pudo sorprender, estaba demacrado y con ojeras. Ella no lo reconoció como ese hombre defensor del pueblo, por primera vez lo vio con miedo .  

       -Quelita- Le dijo él  mirándola y acariciando su rostro como mirándo el paraiso. Al sentir sus manos ásperas Lucía olvidó sus miedos, enfados, inseguridades. 

    -Espera un momento- dijo la nueva mujer. Entró a casa y volvió a salir con un poco de pan con mantequilla y un poco de carne de  pollo que había preparado Eva. 


  En el patio junto a la higuera, Pedro había construido una fuente cuadrada de madera con grifo para poder enjuagar la ropa, una “Artesa” o “Batea”. La nueva “Quely” acercó a Luis al agua, le lavó las manos y la cara como un sirviente a una deidad. Acercó un montón de ropa sucia y  lo sentó. Luis se dejó llevar y saboreó ese pan y esa agua fresca como la imagen de esa mujer que lo observaba y besaba a la vez.   Cuando acabó de comer se quedó quieto, dudó un minuto pero luego se lanzó sobre ella como un animal hambriento, la cogió del pelo con violencia, Lucía se asustó, pero Luis reaccionó a tiempo para ralentizar sus movimientos y besar su cuello, su nuca, encontrar una abertura en su camisón y recorrer con sus dedos los pliegues de sus pechos. La tendió suave y levantó  el traje infantil de franela dejando expuesta “sus vergüenzas” entre sus piernas. Luis sonrió con picardía al ver los ojos de Lucía ansiosos. Acercó la lengua al sexo cerrado de la mujer y suavemente fue abriéndolo, saboreando el triunfo de las rodillas que se separaban poco a poco y Lucía gozaba con la tibieza, humedad y suavidad recién descubierta. Impaciente, se desnudó y se puso frente a él, le quitó los pantalones y vio y palpó un ardiente deseo y averiguó como el deseo en un hombre puede ser descubierto y definido con dureza. Y volvió a entregarse, esta vez con más sabor a despedida, aspiraba hondo para colmarse del olor de ese hombre, la lengua se transformó en ente comunicacional y los ojos tenían su propio lenguaje.    La nueva “Quely” no solo conoció el amor, si no la pasión y las lagrimas. Cuando al acabar la embestida y sentir su cuerpo temblar entre placer y frío, abrió los ojos y lo vio recostado sobre ella, pero mirándola a los ojos. Luis cogió a Lucía y la arrulló como a un niño mientras ella lloraba, sabía por qué lloraba, no volvería a verlo, en cuanto ese momento terminara, terminaría también su cuerpo y su olor y sólo quedaría para ella lejanas evocaciones. Él también lloró, pero lloró por lo cerca que sentía la vida en ese momento y como se escapaba sin entender muy bien los motivos. Sería sólo unas semanas más tarde cuando encontraría sentido a la vida dejándose encontrar por salvar la vida de la recién nacida “Quely”.    

  

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