Reflejos de mis Sombras 10ª Parte: Un fusil y Hallullas

Al llegar a la dirección no sabía que hacer, cogí a Ana, miré el papel arrugado y medio borroso por el sudor y golpeé la puerta, la casa parecía vacía. De pronto una mujer mayor de pelo cano me abrió, no supe que decir, no me habían dicho por quien preguntar, ni nada, sólo atiné a mostrar el papel. La mujer nos miró y dijo: “Vayan a comprar el pan para la once y vuelven, seguro que el de la esquina está abierto”...me quedé mudo, pero Ana se adelantó diciendo “Si tía, ¿Cuánto traemos?”

La mujer respondió con total naturalidad antes de dejarnos en la calle "Unas once allullas, trae jamoncito, voy poniendo la tetera, estaré en 20 minutitos”. Cerró la puerta y Ana decidida se giró buscando algo, en la esquina, ahí estaba algo que parecía una tienda .

-“Vamos"-. Me tomó de la mano y caminó. Llegamos a la tienda, una pequeña de barrio, extrañamente aislada de los acontecimientos, seguramente por que la vida sigue, yo que sé; Pero yo miraba a Ana, claramente se dijeron algo, información, pero mi cabeza estaba que explotaba. De algo sirvieron esas innumerables reuniones a las que yo no hacía ni caso.

“Once allullas, en 20 minutos está la tetera” dijo Ana un poco temblorosa al supuesto panadero, este le dio una bolsa de pan a ella y a mi una bolsa con jamón. Salimos y nos sentamos en una placita...bueno, Ana se sentó yo la seguí. De pronto me miró y me besó, así sin más, sus labios estaban un poco ásperos como su cara, seguramente de tanto llorar.

Yo solté la bolsa y la abracé por la cintura y le acariciaba la nuca disfrutando de cada detalle del momento sin preguntarme la razón de esa bendición, tantas veces viéndola con los supuestos intelectuales y ahora ella me besaba espontáneamente en una plaza, su pelo me hacía cosquillas y se me olvidaron los disparos, los tanques, el miedo. Pero claro, la magia fue interrumpida por la realidad.

- ¡¿Que hacen aquí los cabritos?!.- Solté a Ana y vi un fusil apuntándonos directamente, detrás del fusil una cara y más atrás dos cuerpos, uno un poco gordo, que era quién nos hablaba. Me tuve que esforzar en ver a nuestros interlocutores porque aun tenía el sabor de Ana en mi boca.

Ana en cambio se levantó y comenzó a gritarme - ¡Te dije que nos fuéramos p’a la casa, que compráramos y nos fuéramos altiro, pero tu no, claro, como no aguantai ni un rato sin correrme mano güeón caliente, ya po, dile lo que estamos haciendo, qué era, ya po...- Ana me miró con súplica, yo me puse blanco y estaba que me miaba...recordé entonces que no había ido al baño desde la noche anterior, se escribirán grandes parrafos sobre el 11 de septiembre de 1973, pero uno de los grandes misterios de ese día, fue la desaparición de los wateres.

Intenté levantarme, pero me empujaron con el fusil, me agaché y me dieron una patada en la rodilla, yo sabía que podía intentar defenderme, pero mientras me reincorporaba agarre la bolsa con jamón y respiré hondo. Miré al militar mayor y recordé cuando me hacía el bebé con mi mamá para que no me pegara, puse la cara mas de “pendejo” que pude y dije con una voz casi aguda "Nos mandaron a comprar el pan y las cosas p’a la once no más".

El hombre nos miró serio, se fijó en mi chaleco sucio, y recordé la pistola que llevaba debajo, no se lo tragó, pero hizo un gesto para que nos fuéramos, a la distancia oí como discutía con los más jóvenes, seguramente los otros hubieran querido que le diéramos el pan, o el jamón, o dispararnos solo porque podían. Pero estoy seguro que ese militar nos dejó ir simplemente, por que vio en nuestros ojos el miedo.