Cuando Pablo y su amigo salieron de la iglesia, dentro quedó el silencio de esos techos altos. El cura Alberto miró a cada lado, observó al suelo y ese hombre de rodillas con un papel en la mano llorando.
Se acercaba lo peor de la tormenta, él que siempre creyó en la bondad del ser humano, en ver a Cristo en cada persona, vería desde entonces muchos suplicantes, ateos en su mayoría; Pero él no estaba ahí para juzgar. Sabía en lo que se metía cuando aceptó refugiar a los perseguidos “Es lo que Cristo haría en mi lugar” se repetiría a sí mismo a lo largo de su vida, una y otra vez, incluso en los malos momentos, incluso cuando Roma decidió dar la espalda a Chile.
Alberto levantó al joven del suelo y limpió su cara – vamos- y subieron las mismas escaleras que días atrás hubiera admirado tanto Pablo, encontrando en ellas el arte de la arquitectura, el arte de lo secreto.
El joven se detuvo. “No hay tiempo”. Dijo y se sentó en la escalinata. Miró al cura y en su mirada se encontraba el infierno del miedo. “Alberto ¿Vas a ayudarme?”. El cura lleno de rizos desordenados lo observó con esos ojos azules que en la historia siempre serían recordados; Sonrió para responder “Siempre, Luis, siempre te ayudaré... pero ahora sigamos subiendo para que me cuentes qué es lo que pasa”.
Ese Luis implacable, amor de Lucía, creador de Quely, ahora estaba indefenso ante esa nota “Se han llevado a Quely, sálvala”. Ese papel al que se aferraba con fuerzas “Sálvala”, “Sálvala” y de pronto ese luchador, idealista, combatiente; Aquel Luis llamado una y otra vez por los bandos militares, subía las escalinatas de una iglesia buscando quién pudiera ayudarlo a cumplir su misión, su única misión: Salvar a Quely.
Al fin se sentaron los dos hombres, Luis entregó el papel al cura, éste lo leyó intentando fingir que comprendía la profundidad del peligro que ese gesto conllevaba.
-Quely...es Lucía- dijo finalmente Luis.
-Lo sé, me has hablado de ella, ¿Quién la tiene?
-No lo sé.
-Quién te dejó el mensaje.
-Tampoco lo sé, en Villa Francia...
-¿Villa Francia?- Interrumpió Alberto, ya sabía que es lo que pasaba con las personas de esa población, eran pobres, humildes y nadie les protegería, ningún abogado apelaría por ellos.
-Si, Villa Francia, ahí mis contactos dicen que en su casa estaba su hermana, conseguí que la enviarán a Concepción en cuanto recibí la nota. Dicen que se llevaron a Lucía y a su madre.
-¿Cuántos años tiene Lucía?. Preguntó Alberto intentando crear una estrategia, preguntó sin pensar, pero Luis cayó en llanto, un llanto silencioso. Sus manos intentaban cubrir su propio cuerpo, la luz que dejaba pasar por la ventana mostraba un cuerpo debilitado. El cura vio a un hombre roto, como tantos habían pasado por esas escaleras.
-Luis, el amor es peligroso siempre... por eso es divino. Dime lo que sepas, su apellido, todo.
-¿Podrás salvarla Padre?
Alberto sintió cómo sus músculos se tensaban, en todos los años que conocía a Luis, nunca le había llamado “Padre”, aguantó el sollozo al entender que su amigo, éste con el cual tuvieron más de un debate, había entrado en la desesperación - Amigo, eres tú el que la está salvando, pero mantente vivo, firme; Si no su sufrimiento no habrá merecido la pena. ¿Lo entiendes?.
Luis asintió y siguieron conversando, pasó otra noche y al combatiente sólo le venían a la cabeza los horrores que el pequeño cuerpo de su Quely podría estar pasando. Nunca imaginó que mataban más allá que su cuerpo.
En otros países Europeos, como España, la religión no fue un soporte; Una iglesia más cercana al poder y con miedo a perder influencia y riquezas daba la espalda a los necesitados. Por lo que las dictaduras latinoamericanas contaban con que “los curas rebeldes” dejarían de ser una molestia.
Pero ésto no pasó. En Chile la iglesia católica se convirtió en la organización defensora de los Derechos Humanos durante lo largo de toda la dictadura, incluso con el cambio de Papa, incluso cuando se “jubiló” al Cardenal. Todo ésto lo viví con la naturalidad que se vive la infancia, recorriendo los pasillos y ventanales de la Vicaría de la Solidaridad jugando, sin entender los rostros de madres, hijos, padres que buscaban a sus desaparecidos. A veces, en la secretaría los escuchaba describir a quienes buscaban, los describían con detalle: “Ese día llevaba una camiseta azul y un pantalón gris, iba a buscar trabajo, los zapatos le quedaban un poco grandes, eran los míos” Decía un hombre de piel morena y cabeza gacha.
Recuerdo siempre a la señora Ana, que me daba caramelos y me hablaba de su hija y que su nieta tendría mi edad, a veces lloraba, otros días me traía algún juguete al que yo daba uso inmediato. Aunque pasaban los años, aunque sus arrugas se marcaban por los surcos de sus lágrimas, la señora Ana siempre estaba allí, guiando a aquellos que atravesaban por primera vez esa puerta, la única puerta donde había esperanza. Porque en ese lugar, no sólo encontraban una defensa, una voz, también recobraron su dignidad.
Estoy segura que el trabajo que mis padres desempeñaron en aquella Vicaría comenzó con ésta historia, con el cura Alberto y como, por la mirada de ese amor desesperado comenzó un recorrido largo hasta llevarlo ante la mujer que rescataría a Quely, pero que jamás pudo traer de vuelta completamente a Lucía.
Pero en ese momento, en ese 1973 y las organizaciones cristianas aún no lobraban una coordinación, aunque cada parroquia, templo o lugar sagrado, sin importar credos cumplían su cometido protegiendo a los desamparados, sin preguntar creencias. En Roma el Papa Pablo VI, intentaba dar soporte e indicaciones claras y bajo su “Rerum Novarum” fueron muchos los que vieron la inclemencia en los actos contra los más pobres . En ese septiembre, todo era penumbra, El Cardenal Raul Silva Henriquez, aún no había logrado organizar el “Comité Pro Paz ”, que años después se transformó en la Vicaría de la Solidaridad y cada sacerdote acudía a sus conocidos, parroquianos o contactos para establecer un rescate. Alberto se acercó a otros religiosos, al propio obispo, hablándole de una niña que estaba detenida, que no se sabía dónde “Hay tantos niños que no podemos encontrar” esa fue la respuesta.
Ya casi rendido,esa tarde ya casi finalizando septiembre, vio al Cristo crucificado y en plena a misa, lloró. “Dejad que los niños vengan a mí” Dijo ese día. “Pero qué estamos haciendo para cumplir con lo que Cristo nos dice”, “Hay niños, niños, niñas...” miró a sus feligreses, se dio cuenta que estaba a punto de cruzar una línea para la cual no estaba preparado. Levantó la cabeza y sonrió aún con lágrimas en sus ojos; “Hermanos: “Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados. “Bienaventurados los humildes, pues ellos heredarán la tierra. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados. Palabra de Dios" Terminó con un llanto hogado.
Ese día la comunión fue confusa, llena de preguntas sin responder, después de la Paz y los anuncios parroquiales, Alberto se quedó solo; Como siempre. La iglesia estaba a oscuras y oyó unos pasos titubeantes. Sin mirar, indicó que por ese día las confesiones habían acabado. - No vengo a confesarme, padre- Dijo una voz . Alberto miró sobresaltado la silueta de una mujer aparecer tras un pilar, cuando al fin salió de la penumbra dijo – Soy Matilde Urrutia y creo que puedo ayudarlo con su sed.
ILUSTRACIONES PROPIAS Y FOTOGRAFÍAS FAMILIARES.
Así sin las historias de supervivencia ¿Te has perdido algo?, puedes comenzar desde el Principio:
1 PARTE:
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2 PARTE:
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3 PARTE:
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4 PARTE:
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5 PARTE:
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6 PARTE:
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7 PARTE:
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8 PARTE:
@dcaroa/reflejos-de-mis-sombras-8a-parte-el-nacimiento-de-quely
9 PARTE:
@dcaroa/reflejos-de-mis-sombras-9a-parte-la-arrogancia-de-rosario
10 PARTE:
@dcaroa/reflejos-de-mis-sombras-10a-parte-un-fusil-y-hallullas
11 PARTE:
@dcaroa/reflejos-de-mis-sombras-11a-parte-la-primera-muerte-de-lucia
12 PARTE :
@dcaroa/reflejos-de-mis-sombras-parte-11-de-sacramentinos-a-marcelo
13 PARTE :
@dcaroa/reflejos-de-mis-sombras-13-el-horror
14 PARTE: https://steemit.com/spanish/@dcaroa/reflejos-de-mis-sombras-14-parte-los-desaparecidos